La gran noche de blanco en Desalia, con luces, música y cientos de asistentes vibrando al unísono.

La gran noche de blanco en Desalia, con luces, música y cientos de asistentes vibrando al unísono. Ron Barceló 4k4g3f

Ocio y tiempo libre

Cinco días de música, adrenalina y locura: así viví Desalia, el festival donde el "vive ahora" se siente de verdad 3s105n

Desalia no es solo un festival: es un viaje de música, adrenalina y recuerdos que se quedan contigo. Así fueron mis cinco días allí. 291s5m

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Vila-seca (Tarragona)
Publicada

Si alguien me hubiera dicho que volvería de un festival queriendo abrazar a desconocidos, cantar reguetón en el bus de vuelta y echar de menos hasta los flotadores de pato, no me lo habría creído. Pero Desalia 2025 no es un festival cualquiera: es una experiencia donde los días dejan de tener forma, los horarios se disuelven, y todo se convierte en un recuerdo compartido a gritos, bailes y miradas cómplices.

Aquí va mi crónica, en primera persona, de cinco días donde el único requisito fue entregarse al momento.

Día 1: Mojitos al sol, promesas de verano y perreo dosmilero 1u3o1c

El viaje empezó al llegar a PortAventura World, bajo un sol que parecía haber sido importado del Caribe. Recogí mi pulsera roja, las llaves del hotel y apenas crucé el recinto, ya me envolvía un ambiente vibrante: la piscina llena de flotadores, las primeras risas estallando en las hamacas y las playlists de fondo que nos iban metiendo en ambiente.

La fiesta de bienvenida fue como una explosión de energía: nada más llegar nos lanzamos a conocer el recinto, que era espectacular, y terminamos en la enorme piscina, rodeados de música y risas. No importaba el nombre de nadie; todos estábamos allí para lo mismo: exprimir cada minuto. Por la noche, la pista vibró con la fiesta 2000, llena de perreo nostálgico y hits inolvidables, con el DJ Dani del Lío encendiendo al público hasta dejarnos sin voz.

Día 2: Adrenalina, rosa y una noche bajo las luces de neón 5u2a3b

¿Dormir? Apenas un par de horas. Porque el segundo día lo arrancamos con adrenalina: entre gritos, risas y carreras por el parque, cada subida y cada bajada los recargaba de energía. Yo solo me animé a probar el Shambhala (y con eso tuve adrenalina de sobra), mientras ellos iban rotando por todas las atracciones. Pero lo mejor no eran solo las atracciones: era la sensación de estar allí, juntos, compartiendo emoción pura y dejándonos llevar.

Por la noche llegó la fiesta rosa. No era un simple dress code: era una declaración de intenciones. Todo era rosa, desde los vestidos hasta las uñas, las gafas y los peinados llenos de brillo. Yo, que nunca suelo vestir de rosa, elegí un body-top rosa como protagonista y me puse una falda transparente encima. Esa noche me sentí libre, fuerte y completamente dentro del momento, bailando bajo un techo de luces de neón mientras, la DJ Innmir, soltaba beats suaves mezclados con bombazos de reguetón. A las cuatro de la mañana ya estábamos pidiendo una recena, todavía con el glitter pegado en la piel.

Día 3: La noche de las noches (y un momento para guardar en la memoria) 591y32

El tercer día lo reservamos para lo que todos esperábamos: la gran Noche Desalia. Vestidos de blanco impecable, con outfits preparados durante semanas, nos llevaron en autobuses a un lugar secreto. El aire vibraba, no solo por la música, sino por la sensación de que íbamos a vivir algo único.

La noche comenzó fuerte con Lérica, que puso a todo el mundo a cantar, y luego llegó el turno de Abraham Mateo. Confieso que no era especialmente fan, pero me sorprendió lo bien que cantaba y bailaba en directo. Me encontré aplaudiendo, saltando y dejándome llevar por la energía que llenaba el lugar, rodeada de una masa de brazos al aire, risas y sonrisas que no se podían borrar. El cierre lo puso Michenlo, asegurándose de que no quedara nadie quieto en la pista.

Lo que más me emocionó no fue solo la música, sino mirar alrededor y ver a tanta gente entregada, con el corazón abierto, viviendo el momento como si no existiera un mañana. Porque esa noche, para nosotros, el mañana no existía.

Día 4: Un tatuaje inesperado y una despedida a lo grande 1q5369

El cuarto día trajo una de las sorpresas más divertidas: mientras muchos se entregaban al bingo salvaje, yo decidí hacer algo diferente y tatuarme. Sí, en mitad del festival, entre risas y música, me llevé un tatuaje real que ahora es para siempre, como marca imborrable de esos días de locura compartida. Fue un momento inesperado, impulsivo y, al mismo tiempo, liberador: una forma de llevar Desalia grabado en la piel.

La última noche, llamada Parkineo, nos pidió sacar el look más callejero y atrevido. El escenario parecía sacado de una película: coches tuneados, luces de neón, humo envolviendo la pista y DJs como Nano en cabina, que no nos dieron ni un respiro. Bailé durante horas, me reí hasta llorar y me hice fotos con amigos que ya siento muy míos.

Ahí estaba Sergi, mi compañero de habitación en Desalia, diez años más pequeño que yo, pero sorprendentemente maduro para su edad, siempre con los mejores consejos, risas y esa chispa divertida y guasona que nos hace conectar tan bien. Es de esas personas que llegan a tu vida sin esperarlo y rápidamente se vuelven imprescindibles, porque sabes que compartir los momentos con él los hace más auténticos, más intensos y llenos de complicidad.

También Jose y Javier, a quienes conocí en Nevalia y que desde entonces se han convertido en compañeros de risas, fiestas y aventuras compartidas. Con Javier, además, viví un momento especial de complicidad: una conversación donde nos abrimos de verdad, dejando salir pensamientos y emociones que pocas veces se dicen en voz alta. Un recuerdo que sé que se quedará conmigo para siempre.

Porque eso es lo que consigue Desalia: no solo te regala noches épicas, sino también personas que terminan ocupando un lugar importante en tu vida.

Día 5: El regreso a casa (con el corazón revuelto) 5v6m5x

La mañana del domingo fue dura. No solo por el cansancio, sino porque todos sabíamos que se acababa. Las maletas, llenas de merch, arena y purpurina, pesaban más emocionalmente que físicamente.

En el autobús de vuelta no sonaban charlas ruidosas ni risas estruendosas. Sonaban playlists de despedida, stories en bucle, promesas de “nos vemos pronto” y pensamientos compartidos: cómo le voy a contar a mi gente lo que ha sido esto. Porque Desalia no es algo que se explique. Es algo que se vive.

Volver a casa no fue volver al punto de partida: fue volver con un nuevo mapa, uno lleno de recuerdos, risas, adrenalina, canciones, abrazos y noches que nunca habrían terminado. Si algo tengo claro es que, después de haber estado allí, ya estoy tachando los días para volver en 2026.

Porque Desalia no es un festival. Es un estado mental. Y sí, una vez entras, siempre querrás regresar.