Un fotograma de la serie 'The Studio'

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En plan serie

'The Studio': chotearse de Netflix, pero no mucho 542p6g

La serie se presenta como una ácida sátira sobre un sistema de estudios devorado por las compañías tecnológicas en el que la industria prevalece por encima del arte. 3o2o3w

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Pensada y ejecutada como una secuela de El juego de Hollywood (Robert Altman, 1992), The Studio (Seth Rogen, Evan Goldberg, Frida Perez, Alex Gregory & Peter Huyck, 2025) se presenta como un ácida sátira sobre un sistema de estudios devorado por las compañías tecnológicas, de Netflix a Amazon, en el que el debate entre el arte y la industria quedó desnivelado en favor de la segunda en virtud de la dictadura del beneficio que domina cualquier modelo de negocio y la sociedad en general.

La actualización de la película de Altman pasa por la recuperación de un avejentado Griffin Mill, al que en la película de 1992 encarnaba un lozano Tim Robbins y al que ahora da vida un estrafalario Bryan Cranston. También por la utilización del plano secuencia como forma gramatical preponderante y, sobre todo, por exponer las tendencias que están acabando con un determinado modo de producir películas; tendencias lideradas por un éxito como el de Barbie (Greta Gerwig, 2023) sintomático de una industria atestada de secuelas, remakes y reboots, que prefiere asegurar un éxito de taquilla repitiendo fórmulas antes que dar vía libre a nuevas ideas.

Pese a su concepción claramente episódica, el equipo creativo de esta producción para Apple TV+ diseña una trama de largo recorrido que pasa por el lanzamiento de un nuevo proyecto cinematográfico basado en un refresco (Kool Aid): porque si Warner Bros logró ganar más de 1.400 millones de dólares con la muñeca de Mattel, ¿por qué no se puede lograr lo mismo con la mascota de una bebida en polvo?

El despido de Patty Leigh (Catherine O'Hara) como máxima responsable de producción de la compañía Continental y su sustitución por Matt Remick (Seth Rogen) disparan esta comedia vodevilesca de ritmo vertiginoso en el que el proyecto Kool-Aid reaparece puntualmente en los capítulos primero, séptimo, noveno y décimo, los dos últimos ideados con un díptico centrado en la Cinema Com, una convención celebrada en Las Vegas en las que la firma presentará sus nuevos lanzamientos.

Diseminadas por el resto de episodios uno encuentra suaves críticas a propósito de la profusión de remakes, como sucede en 'The War' (1.05) en relación con Smile (Parker Finn, 2022); sobre la corrección política en términos raciales aplicada a la confección de un reparto en 'Casting' (1.07), en torno al uso problemático de la inteligencia artificial para ahorrar costes o sobre la desaparición de la experiencia cinematografía en beneficio del streaming y el consumo individual.

Nótese que son todo pullas de baja intensidad. Ni el consumo de drogas por parte de los ejecutivos, ni la egomanía de los creadores a los que nadie osa contrariar, ni siquiera las prácticas rastreras y abusivas de los estudios nos brindan una lectura profunda del estado de las cosas, si bien en la mayoría de ocasiones la veta humorística no deja de extraer petróleo cómico de sus numerosos gags.

Un fotograma de la serie 'The Studio'

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Dicho de otro modo, en el momento en el que Netflix deja que una serie de Apple TV+ bromeé con su CEO, un Ted Sarandos que no renuncia a su cameo, uno ya sabe que las heridas que pueda causar serán leves. Es evidente que la mayoría de los chistes verbales a propósito de los desmanes sexuales encubiertos por la industria, los subterfugios que se emplean para anular a la competencia o el escaso interés por la vertiente artística que se supone inherente a la creación cinematográfica, tienen cierta gracia, pero en ningún caso alcanzan la profundidad de, pongamos por caso, State & Main (David Mamet, 2000) o, aunque estuviese más centrada en la televisión, Studio 60 on the Sunset Strip (Aaron Sorkin, 2006).

Otra cosa muy distinta hubiese sido que, en lugar de a Dave Franco, Rogen y Goldberg hubiesen recurrido a su hermano James para 'bromear' sobre el me too, lo que quizá hubiese supuesto traspasar el umbral de lo tolerable para un producto mainstream. Eso, y que a los colegas hay que protegerlos.

En cualquier caso, The Studio cuenta con no pocas virtudes, sobre todo en sus dos episodios de arranque. En el inicial, con la impagable colaboración de Martin Scorsese, se describe un negocio basado en el oportunismo, dominado por tipos dispuestos a arrasar con el talento si ello les sirve para salvar el culo. El eslogan del jefazo de Continental es "we don't make films, we make movies", así que mejor olvidarse del arte y centrarse en el dinero.

En el segundo, 'The Oner', se reflexiona sobre el uso del plano secuencia asistiendo al rodaje de un plano secuencia rodado en otro plano secuencia –una enloquecedora mise en abyme–, lo que sirve para analizar los porqués que rodean a la profusión de esta tendencia estética al tiempo que se recuerdan viejos ejemplos –algo que también sucedía en el arranque de El juego de Hollywood–, mientras se explota la idea de circularidad vinculada a esos envolventes movimientos de cámara.

Aunque tanto la película de Altman como otras muchas que se citan directa o indirectamente son fundamentales para entender la construcción de casi cada episodio –los guiños más evidentes van dirigidos a Chinatown (Roman Polanski, 1974) en el cuarto capítulo y a Miedo y asco en las vegas (Terry Gilliam, 1998) en el noveno, pero hay muchísimos más–, y por más que Seth Rogen cite en todas las entrevistas la influencia que sobre la serie ha tenido The Larry Sanders Show (Larry Sanders & Dennis Klein, 1992- 1998), The Studio más bien parece una versión estilizada del Blake Edwards de S.O.B. (1981) pasada por el filtro de Entourage: El séquito (Doug Ellin, 2004-2011). Por cierto, la obra de Edwards que se cita explícitamente es la 'seria' Días de vino y rosas (1962).

Viendo el final del segundo episodio de The Studio es imposible no pensar en el arranque de El guateque (Blake Edwards, 1968), un gag que, convenientemente remozado, parece volver una y otra vez. Casi siempre que el chiste verbal deja pasó al humor físico, acercándose en varias ocasiones al slapstick, la figura de Edwards nos viene a la memoria: el carrito de golf que destroza un decorado en 'The War', el dedo roto de Matt Remick en 'The Pediatric Oncologist' (1.06) o el vuelo sin motor de Griffin Mill en el season finale, son buenos ejemplos de ello.

Un fotograma de la serie 'The Studio'

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Ahora bien, la serie se torna demasiado repetitiva, primero a causa de su propia construcción, con ese equipo de producción comandado por Remick que no para de darle vueltas a los mismos asuntos. Pensemos en 'The Golden Globes' (1.08), en el que nuestro pusilánime ejecutivo se pasa toda la gala esperando que Zoe Kravitz le mencione en los agradecimientos toda vez que obtenga el premio.

O, de nuevo, en 'The Pediatric Oncologist', en el que el protagonista trata de convencer a su pareja, una doctora interpretada por Rebecca Hall, y a sus compañeros, de que curar el cáncer infantil y producir una película son equivalentes. El hecho de que cada episodio esté estructurado en torno a una idea deriva en un loop infernal y agotador, en parte por la intensidad inherente a un mundo poblado por histéricos.

Quizá el mayor problema se encuentre en el diseño del propio Remick, un ejecutivo demasiado apocado, falto de empuje y deseoso de gustar a todo el mundo, una figura que difícilmente accedería a lo más alto de la pirámide del poder empresarial. De su actitud, del todo punto inverosímil, emanan la mayoría de los problemas. Podría ser un inútil o un engreído –o las dos cosas– pero nunca alguien tan débil de carácter. Piensen, por ejemplo, en un equivalente político como pudiera ser la Selina Meyer (Julia Louis-Deryfus) de Veep (Armando Iannucci, 2012-2019) y lo entenderán mejor.

Por lo demás, cualquiera que esté interesado en los tejemanejes de la industria del cine o padezca de cinefilia aguda disfrutará con The Studio tanto como Ted Sarandos viendo como las producciones Netflix conquistan los Oscar.

La infinita retahíla de cameos (Peter Berg, Paul Dano, Charlize Theron, Sarah Polley, Greta Lee, Ron Howard, Anthony Mackie, Olivia Wilde, Zac Efron, Ice Cube, Zoe Kravitz, Aaron Sorkin, Zack Snyder, Adam Scott, ...), los paseos por las interioridades del show business o los homenajes a infinidad de títulos que van de Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990) a Este muerto esta muy vivo (Ted Kotcheff, 1989), harán las delicias de los aficionados al cine, porque, y esto tampoco deja de ser curioso, desde una plataforma de streaming, The Studio se abre como un altavoz en defensa del cine de toda la vida. Otra paradoja más.