Coloquio 6 en una de las excursiones musicales del festival. Foto: Juan Antonio Partal

Coloquio 6 en una de las excursiones musicales del festival. Foto: Juan Antonio Partal 6p6w3u

Música

Música en Segura: un retiro sonoro donde el tiempo se detiene y la sierra canta 694927

Entre almazaras, amaneceres y cuevas de piedra, el festival transforma el silencio rural en una sinfonía íntima. 5dc5m

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En lo alto de la Sierra de Segura, donde el silencio no es ausencia, sino plenitud, se alzó un festival que parecía suspender el tiempo. Música en Segura 2025 no fue solo una sucesión de conciertos, sino una ceremonia de belleza repartida entre piedras milenarias, olivos dormidos y cielos que escuchaban. No se vino a huir del mundo, sino a reencontrarse con lo esencial.

Desde el primer día, al llegar al pequeño pueblo, uno entendía que estaba entrando en un espacio distinto del mundo. El aire olía a romero y a migas recién hechas, y la sierra —esa columna vertebral de piedra y sabiduría— parecía contener en su eco antiguo la promesa de lo inefable. Las voces, las cuerdas, los metales y hasta los silencios adquirieron allí una densidad nueva. El tiempo se vuelve poroso.

"Esto se parece al Camino de Santiago", dice Daniel Broncano, director del festival desde 2014. "Aquí no hay transeúntes ni turistas de paso. Todo el mundo ha viajado hasta aquí solo por esto. Y eso nos une de una manera íntima, silenciosa, como solo lo hace la música o el esfuerzo compartido. Es una comunidad que se reconoce sin hablar".

Una de las joyas más íntimas de la celebración fue la actuación de Daisy Press el viernes en la capilla del castillo. Tres pases de un mismo ritual: los cantos de Hildegard de Bingen, reinterpretados con cristal bowls, shruti box y una voz que, más que cantar, oficiaba.

Daisy Press durante su concierto en la capilla del castillo de Segura de la sierra. Foto: Juan Antonio Partal

Daisy Press durante su concierto en la capilla del castillo de Segura de la sierra. Foto: Juan Antonio Partal

El público salía con lágrimas serenas, como si les hubieran frotado el alma con luz. "Siento que cuando canto, me limpio. Me lleno de energía. Es un canto al arquetipo, al eterno femenino. A María. A la Virgen. A lo que todos entendemos, aunque no sepamos ponerle nombre". Al fondo, un murciélago cruzaba la escena. Algunos lo notaron. Otros estaban demasiado absortos para verlo.

En la íntima oscuridad de los baños árabes, Iris Azquinezer tejía otro hilo invisible entre culturas, siglos y emociones. Entre una suite de Bach y una canción sefardí, surgía una danza sufí o un poema de San Juan de la Cruz.

"Aquí conviven las diferencias, y eso nos enriquece. Cada pase ha sido distinto, guiado por la acústica, el público y el silencio del lugar", le cuenta Azquinezer a El Cultural. Tocaba con la conciencia de que el sitio donde estás también suena, también compone

El viernes, Helix Trio llenó la Iglesia de los Jesuitas con un programa litúrgico, uniendo a Schubert, Shostakóvich y Turina. "Nos conocimos en Basilea, pero el diálogo que sucede aquí no se parece a ningún otro. Somos canales para la música, no sus protagonistas", declaraba el trío. Turina, aún poco reivindicado, cobró fuerza entre piedras que han escuchado siglos.

Iris Azquinezer íntimamente tocando en los baños árabes. Foto: Juan Antonio Partal

Iris Azquinezer íntimamente tocando en los baños árabes. Foto: Juan Antonio Partal

En la Cooperativa de Orcera, donde aún flota el perfume del aceite, sonaron las sinfonías de Schumann y Dvořák. La Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, bajo la batuta de Manuel Hernández-Silva, demostró que una almazara también puede ser un templo sonoro. "Nunca imaginé que tocaríamos en un sitio así, y que sonara tan bien", dijo el violín solista de la orquesta.

El propio director del festival, Daniel Broncano, reconocía: "Fue una de las sorpresas más gratas. La orquesta ha mejorado mucho. Tocaron con verdad".

El sábado por la tarde fue uno de los momentos más emotivos. La banda de música de Catarroja, afectada por la dana, que arrasó su local, ofreció un concierto lleno de dignidad, coraje y emoción. "Hoy tocamos aquí, pero también por los que ya no pueden", dijo una de las clarinistas de la orquesta.

Broncano lo confesaba: "Temía que por ser una agrupación amateur no funcionara... pero emocionó. El público lo vivió intensamente". Era más que música: era un acto de supervivencia cultural.

Marco Mezquida, pianista total, fue otro de los pilares del fin de semana. Improvisó, voló, se sumergió. "Marco es de esos músicos que hacen que cualquier cosa funcione. Es sólido. Tiene algo.", resumía Broncano.

Y luego estaba el amanecer. La luz filtrándose por la sierra mientras el público, envuelto en mantas y silencio, recibía la música como si fuera oración. En uno de esos conciertos matutinos, el sol me dio en la cara. Fue un instante mínimo, puro. No hubo preguntas. Solo esa certeza mansa: esto se quedará conmigo para siempre.

El concierto de Coloquio 6 al amanecer. Foto: Samuel Pereira

El concierto de Coloquio 6 al amanecer. Foto: Samuel Pereira

Pero el broche final llegó el domingo, con Fetén Fetén. Jorge Arribas y Diego Galaz, desde su folk de raíz y reciclaje, ofrecieron uno de los conciertos más libres y memorables del festival. "Tocar en plena naturaleza da sentido a lo que hacemos. No creo que tocar en el Bernabéu sea más bonito que esto", dijo Galaz. Tocaron una rogativa para pedir agua… y apareció una tormenta. "No somos creyentes, pero la naturaleza a veces te responde".

Y cuando llegaron las jotas, el descampado se convirtió en una fiesta popular, de las que se recuerdan por años. "Nosotros vivimos en silencio. Lo necesitamos para crear. Y este festival nos regala precisamente eso: sencillez, belleza y verdad", añadió.

Fetén Fetén junto a Nacho Mastretta durante su concierto. Foto: Juan Antonio Partal

Fetén Fetén junto a Nacho Mastretta durante su concierto. Foto: Juan Antonio Partal

Tocaron con cucharas, con latas, con huesos de cordero, con flautas hechas con alas de buitre. Con todo lo que suena, y con todo lo que vive.

El milagro de Música en Segura no es solo su programación exquisita, ni los enclaves imposibles donde la música brota. Es que logra lo más raro: que el público olvide el reloj. Que escuche de verdad. Que respire. Que cante por dentro.

"Creo que esta ha sido nuestra edición más consolidada", declara Broncano. Y tenía razón. Más de 140 personas con abono completo, casi 300 en el concierto del sábado por la noche. Gente que ya se reconoce por el pueblo. Que te saluda. Que vuelve.

Ahora que ya he regresado a la ciudad, algo ha cambiado. Llevo dentro una música que ya no es solo de ellos, de los músicos, sino mía. Una melodía secreta que se activa al cerrar los ojos. Y quizás, alguna mañana cualquiera, cuando el sol me dé de nuevo en la cara, recordaré aquel instante en la sierra. Y sabré con total certeza que fui feliz.