Abraham Gragera. Foto: Pre-textos.

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Poesía

'La domesticación', de Abraham Gragera: un retrato poético de la paternidad sin edulcorantes 524o6s

En su cuarto libro, el poeta madrileño aborda una experiencia tan universal como íntima indagando en sus contradicciones frente al mundo contemporáneo. 5h1v3f

Más información: Luis Alberto de Cuenca, Premio Reina Sofía de Poesía: "Escribo para comunicar, no solo para intelectuales" 2c1o5c

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En “Ecografía”, el poema que abre este nuevo libro –el cuarto– de Abraham Gragera (Madrid, 1973), el embarazo es visto como un espacio subterráneo, casi abisal, en el que se ingresa “con la ciencia de las orcas”, pero donde lo importante es el tiempo, el cruce de dos ejes que topan por azar y al hacerlo se vuelven innegociables: el diacrónico, ese imperativo de la especie que activa el ADN y sus genes, los “millones de datos de información compartida”, para que cobren vida en “unos pocos cientos de miles de minutos” (en cada nuevo ser se compendia, digamos, el curso de la especie, como si cada uno de nosotros fuera un fractal de la totalidad); y el eje sincrónico, ese en el que cada vivir entra en el reino de la historia y la contingencia, “la lucha por desembarazarnos de los competidores y de los excedentes”.

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Sumario básico. 1v525l

Abraham Gragera 

Pre-Textos, 2025. 72 páginas. 16 €

No hay vuelta atrás: una vez que somos, “con empuje constante de millones de años”, quedamos presos de un presente compartido, palpamos los grilletes de la conciencia y descubrimos “que nunca fui[mos] libres”.

“Ecografía” es uno de los poemas más altos de este libro excepcional, en el que el decir se ha vuelto más sencillo y cercano sin perder un ápice de su tensión reflexiva. Y sin renunciar tampoco al latigazo emocional, que va cobrando empuje según avanzamos en sus páginas.

Titular un libro La domesticación supone asumir, por inferencia, que se venía de un lugar silvestre o salvaje, que era preciso amansar fuerzas y deseos. Este proceso de domesticación es consustancial a la experiencia de la paternidad, que aquí es mirada sin edulcorantes sentimentales.

El asombro de ser y estar con la hija (“Contemplaciones”) convive con ramalazos de culpa y desconcierto, la sensación de estar cumpliendo un mandato que lo rebasa, pero del que –inevitablemente– no deja de aprender: “¿Qué los programará para sentir / que merecen vivir / por encima de las posibilidades del mundo?”.

Toda la primera parte es una exploración de esta experiencia común y a la vez intransferible: los poemas son como facetas de un poliedro que alternan el ángulo de visión, la perspectiva, pero también el tono, que va desde el pastiche de “Bucólica IV” a la densidad reflexiva de “(…)” –especie de glosa o respuesta a dos versos de “Ecografía”–, pasando por la delicadeza de “Navidad”, cuyos tercetos entreveran la petición de perdón y el agradecimiento para implorar “una vida más alta, / hecha a medida de lo que el amor / nos debe, de cuanto de amor nos falta”. Sin que falte el guiño a Auden: “los perros guardianes aúllan tratando de imitar a una ambulancia”.

A partir de “Elegía de Krems” –tres sonetos encadenados que arrancan con un vocativo, “Luz”, que es el nombre de la madre– el tono cambia y lo hace también la interlocución. Y es que, en el fondo, a pesar de que la viñeta en cubierta –un dibujo infantil– sugiera lo contrario, este no es tanto un libro sobre la niña como sobre sus padres: una experiencia conflictuada en la que alientan miedos, incertidumbres y dudas.

Todo se resume en una pregunta que de tan simple parece trivial (¿por qué traer hijos al mundo?), pero que los poemas declinan con sabiduría. Llegamos así a “Wintermärchen” (título de ilustre filiación romántica: Wieland, Heine), hermosa secuencia de catorce poemas que relata un sueño y también un diálogo inquisitivo consigo mismo y con la hija.

Hay que defender la vida frente al “delirio del tirano” y el “instante / saturado de mentiras”, entre las muchísimas maldiciones de este mundo nuestro, pero también repetir la lección fundamental, la que sostiene el edificio: “No te traje a la vida / para engordar el miedo”.