Vista general de la exposición con las pieza de cerámica 'Canta una piedra', 2025 y el film 'Nekya, una película de río' (2023). Foto: Pepe Morón / CAAC

Vista general de la exposición con las pieza de cerámica 'Canta una piedra', 2025 y el film 'Nekya, una película de río' (2023). Foto: Pepe Morón / CAAC 5tr5c

Arte

Regina de Miguel, la artista que trasmuta el fandango en ciencia ficción en el CAAC de Sevilla 5e4z4y

La malagueña presenta su última exposición con el extraccionismo de la mina de Riotinto y la mística ficcionada como dos de sus temas principales. 6uf

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No es tan solo un museo. Bajo el abrasador sol sevillano, en el antiguo monasterio de la Cartuja –testigo de la primera ordenación del mundo–, late un organismo multicelular, un laboratorio distópico donde sucede lo impensable; las piedras cantan, las místicas dialogan con superinteligencias y una sonda espacial reflexiona por sí misma sobre su objetivo colonizador, del que disiente: “Voy de mascarón de proa de una misión que no quisiera hacer”, afirma en Nekya, una película de río (2023).

Regina de Miguel. Canta una piedra 376h1h

CAAC. Sevilla. Comisaria: Jimena Blázquez. Hasta el 11 de enero

Parece como si Regina de Miguel (Málaga, 1977) hubiera sembrado aquí, en las antiguas celdas de los monjes anexas a los huertos del claustro –ahora bañadas por la cálida luz de neón fucsia– pequeñas semillas de utopía, de otras epistemologías posibles, de puertas a lo inimaginable.

La travesía sideral a la que nos invita desciende a los abismos del núcleo terrestre para ascender hasta constelaciones remotas, hasta el polo norte de Marte o más allá. De Miguel es una artista acrónica que desborda el tiempo: rastrea compulsivamente el Neolítico y la cultura tartésica y los conecta con un futuro a la vez catastrófico y aterrador, a la vez posthumano y simbiótico.

Así, Canta una piedra, la exposición comisariada por Jimena Blázquez en el CAAC, resuena como una cámara de ecos –geológicos, políticos, místicos, siderales– que reformula el museo como un laboratorio de ciencia ficción, a medio camino entre la crónica extractiva y la tecno-mística. Como advierte Donna Haraway: “Importa qué historias crean mundos; qué mundos crean historias”.

El relato que aquí se despliega parte de la preocupación por la explotación sistemática de los recursos del planeta y utiliza la ciencia ficción como herramienta para imaginar futuros alternativos, más allá de las lógicas del colapso.

De la serie 'Fulgor', 2025. Foto: CAAC

De la serie 'Fulgor', 2025. Foto: CAAC

Entre la mística y la ficción especulativa, destaca el vídeo Aimística (2023), donde lo atávico reverbera en renders 3D de reliquias desmembradas que levitan en una tecno-capilla: una recreación del convento donde reposa Santa Teresa, ahora reconvertido en un centro de datos hipertecnologizado. Allí se entrelazan imágenes reales de Isla Decepción en la Antártida con visiones oníricas. Lo más sorprendente es que Aimística es un musical. Como dice la propia artista, “en ella Santa Teresa se encuentra con Juan Gabriel”.

La santa abulense, interpretada a través de una polifonía de voces de místicas –Sor Juana Inés de la Cruz, Hildegarda de Bingen– protagoniza un viaje espiritual y una historia de amor de su cuerpo desmembrado, sin órganos, con una superinteligencia que podría ser una IA altamente entrenada. Una hipótesis insólita, sí, pero que abre un campo fértil de especulación estética y nos ofrece un asombroso reto creativo. De Miguel propone que el anhelo posthumano de las místicas –el deseo de fusión con lo otro, con lo divino, con lo alien– puede ser entendido como un primitivo feminismo cósmico que imagina formas autoorganizativas de existencia.

En la exposición también encontramos una práctica dibujística y escultórica que conecta lo litúrgico y lo telúrico con lo plástico. Es aquí donde su vínculo con el surrealismo es más evidente. La serie de dibujos Fulgor, inspirada en la película Aniquilación (Alex Garland, 2018) –que describe un ecosistema mutante donde se hibrida el ADN animal con el vegetal y el humano– remite a monstruosas láminas científicas o a las visiones cósmicas de Maruja Mallo.

La escultura mural Sondeadora, modelada en 3D con polímero reciclado, trepa como un nervio radiante por una de las paredes: un exvoto a Hécate, diosa de lo intraterrestre y de lo invisible, cuya devoción ancestral resuena aquí, en la tierra de los cultos marianos y rocieros.

'Sondeadora', 2025. Foto: CAAC

'Sondeadora', 2025. Foto: CAAC

Pero es Nekya (2023) la pieza vertebral de la exposición. Una “película de río” que avanza conducida por una sonda espacial insumisa. De Miguel toma la historia de la mina de Riotinto –primera gran explotación minera de la historia– como paradigma de las lógicas extractivistas y neocoloniales. En ella denuncia la violencia medioambiental perpetrada por Rio Tinto Group, una empresa aún activa que factura más de 140.000 millones de dólares anuales y cuya actividad provocó en el siglo XIX una nube de humo perpetua que asfixió lentamente a la población riotinteña.

La cinta rememora la primera gran protesta ecológica y pacifista de Europa –la revuelta de 1888, promovida por el anarquista cubano Maximiliano Tornet– que fue represaliada con una masacre masiva cuyos cadáveres nunca aparecieron. Hace unos años, una fosa común sevillana reveló huesos teñidos por un mineral rojizo. La película conecta esa historia con las bacterias extremófilas del lugar, capaces de metabolizar el mineral en condiciones similares a las marcianas, sugiriendo que la vida no surgió en la Tierra, sino que viajó desde el espacio.

La obra se acompaña de una escultura cerámica homónima al título de la exposición, producida durante un año con los ceramistas del pueblo de Gelves: una suerte de “positivo” de mina, un negativo invertido que recoge la huella ausente del subsuelo. La película entona un fandango minero, también compuesto por la artista, cuya letra dice: “yo soy la piedra que canta”.

Si algo nos propone Regina de Miguel es que escuchemos. Que escuchemos a la piedra, al subsuelo, a las inteligencias que no entendemos, a las místicas que pensaron lo imposible, a los relatos que el tiempo quiso borrar, a los organismos holobiontes. En su universo posthumano y transhistórico no hay nostalgia del pasado ni esperanza ingenua en el porvenir. Solo el temblor lúcido del presente, ese lugar en el que –como dijo Haraway– importan las historias. Y las de Regina de Miguel son aterradoras y, al mismo tiempo, maravillosas.