
Los partidarios del candidato presidencial Nicusor Dan, durante la jornada electoral, en Bucarest. Stoyan Nenov Reuters 521h69
De Reino Unido a Rumanía: los nacionalistas son cada vez más fuertes en Europa, pero el centro aguanta bien sus golpes 12296r
Los triunfos de Montenegro y Dan aplazan el drama, pero no pueden ocultarlo y envían otros dos avisos del peligro a las democracias liberales. 6z4u1y
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Con el recuerdo aún reciente del triunfo de Nigel Farage y su Reform UK en las pasadas elecciones locales británicas, el fin de semana se presentaba tenebroso para las democracias liberales europeas. En Portugal, la corrupción y el continuo desacuerdo entre los dos partidos mayoritarios había disparado en las encuestas a la formación ultraderechista Chega!, encabezada por André Ventura, un populista que tan pronto combina el periodismo deportivo con el odio racial hacia gitanos de origen rumano e inmigrantes subsaharianos.
La situación era más peliaguda en Rumanía, precisamente. La suspensión de la segunda vuelta de las presidenciales en diciembre del año pasado cuando el candidato ultraderechista prorruso Calin Georgescu había ganado la ronda inicial no apuntaba a nada bueno.
Georgescu, un independiente aupado por el Kremlin, decidió apoyar a la Alianza para la Unidad de los Rumanos de George Simion. Simion, partidario de la anexión de Moldavia, un lugar de una enorme importancia estratégica para Rusia, pues hace frontera con la Unión Europea, ganó la primera vuelta y se plantó en la segunda como clarísimo favorito.
Y, sin embargo, la democracia liberal resistió. Resistió en Portugal, donde ganó el primer ministro Luis Montenegro y el Partido Socialista logró in extremis la segunda plaza… y resistió en Rumanía, donde el europeísta Nicusor Dan lograba una movilización histórica para hacerse con la presidencia del país. Más de seis millones de rumanos apoyaron a Dan, que solo había logrado dos millones y pico de votos en la primera vuelta. En otras palabras, triplicó sus resultados ante la amenaza del nacionalismo de extrema derecha.
El populismo frente al globalismo 1m4j2c
Ahora bien, estos triunfos parciales de los movimientos demócratas tradicionales no pueden ocultar la realidad del auge del nacionalismo de extrema derecha, tanto en Europa como en Estados Unidos. ¿Qué hay detrás de esa vuelta al concepto de “patria” como algo excluyente y casi religioso? ¿Por qué las clases bajas y medias, en su mayoría, están buscando refugio en estos movimientos que tienen en común el odio al liberalismo y a todo lo que suene a globalización?
Las razones son variadas y difíciles de explicar. De entrada, hay un componente de “malestar en la cultura”, si se quiere, que viene recorriendo Europa desde hace años. Ese “malestar”, reflejado en la desconfianza en la política, la búsqueda de una acción directa o “democracia real”, la sensación de que hay una casta superior e inaccesible que se aprovecha de los esfuerzos de los trabajadores de a pie, es común a las izquierdas y las derechas. No es de extrañar que los vídeos de Nigel Farage en el europarlamento se hicieran tan virales durante el movimiento 15M, supuestamente progresista.

Luís Montenegro celebra el resultado de Alianza Democrática en las elecciones de Portugal. Efe
Ahora bien, el 15M presumía de ser una lucha “de los de arriba contra los de abajo”. El nacionalismo es otra cosa. El nacionalismo siempre va a ser “los de aquí frente a los de fuera”, aunque tenga trucos. La definición de “los de aquí” es difusa: los enemigos políticos pueden ser parias en un momento dado pese a compartir pasaporte. El ostracismo no es precisamente un castigo moderno. Dicho esto, la inmigración y sus consecuencias en la economía y en la seguridad son sin duda un factor común a todos estos movimientos de odio.
La amenaza cultural 231c4j
Si en los años veinte y treinta, el enemigo era el judío, representante de las élites y el poder transnacional, ahora el enemigo es el musulmán. Cuando se habla de “inmigración” rara vez se hace de ciudadanos de otros países de nuestra misma cultura o tradición, algo que sí era habitual en los años ochenta o noventa. Ahora, decir “inmigrante” o decir “mena” en España supone decir “de origen musulmán”, normalmente, por ser concretos, marroquí.
Así, todo ese malestar se vehicula en el odio al diferente y se premia a quien con más vehemencia promete quitarnos la amenaza de encima. Hay en estos movimientos una mezcla extraña de libertarismo -más evidente quizá en los casos de Trump o Milei- con un nacionalismo puro y duro, que tal vez se pueda ver en Le Pen o desde luego en la AfD y en Matteo Salvini, más que en Giorgia Meloni. En cualquier caso, lo que se busca es bien el regreso a una Arcadia gloriosa que nunca existió, sea para prosperar por cuenta propia, sin poderes castrantes, o sea para refrendar la unidad en la bandera y el símbolo patrio de sangre vieja.

- Una participante sostiene una pancarta con la imagen de la fallecida superviviente del Holocausto Margot Friedländer durante una manifestación que exige la prohibición del partido ultraderechista AfD bajo el lema "¡Basta de excusas! ¡Prohibición de AfD ya!", frente a la Puerta de Brandeburgo en Berlín. Efe
Frente a lo que se suele suponer, y a lo que repite la izquierda continuamente, los movimientos nacionalistas de ultraderecha no buscan su electorado entre los más favorecidos económicamente. Así lo prueba el hecho de que el Frente Nacional tuviera en los barrios obreros de Marsella uno de sus mayores caladeros de votos en los ochenta y en los noventa, que la AfD arrase en la Alemania del Este o que Vox tenga excelentes resultados en zonas rurales y en el extrarradio de las grandes capitales, heredando buena parte del voto que en su día fuera socialista, que luego pasó a Ciudadanos y que ha acabado en la extrema derecha.
La superestructura determina la infraestructura 4k435q
Por supuesto, también hay causas económicas. Siempre se intenta comparar la aparición de los fascismos tras la crisis económica de finales de los años veinte con el auge de la ultraderecha -el “populismo nacionalista”, en palabras de su gran ideólogo, Steve Bannon- tras la crisis crediticia de finales de los dos mil y las consecuencias que seguimos viviendo. El difícil a la vivienda, común en todo Occidente, es otro factor a tener en cuenta, así como el estancamiento de los sueldos coincidiendo con una subida generalizada de la inflación.
Ahora bien, como decía Ortega y Gasset frente a las posiciones del materialismo histórico, las cuestiones económicas dependen de las intelectuales. El filósofo madrileño recordaba, por ejemplo, que las condiciones materiales en 1789 eran en Francia mejores que en cualquier momento anterior de su historia. Aun así, el fervor revolucionario que trajo consigo la Ilustración y la guerra de independencia estadounidense hizo que la “sensación de injusticia” se hiciera insoportable.
Puede que en nuestros días esté pasando algo parecido. Nunca ha habido menos pobreza en el mundo y nunca nuestras sociedades han ofrecido tantos servicios a los desfavorecidos. Sin embargo, el ciudadano, como la princesa, nota el guisante bajo la pila de colchones y no puede quitarse la sensación de encima. El mismo ciudadano que vive más cómodamente que ninguno de sus antepasados gracias al establecimiento definitivo del estado de bienestar liberal-socialdemócrata ruge contra ese mismo estado de bienestar por considerarlo, en esencia, tedioso.
Y así, se une a la aventura, lanza en astillero, de los que parecen estar en desacuerdo con todo lo que les rodea: los inmigrantes, los poderosos, los ricos, los pobres, los que piensan distinto y a veces, incluso, los que piensan igual. Los hijos del estado del bienestar parecen prontos a devorarlo sin tener bien claras cuáles serán las consecuencias. Ya lo pensaremos después, parecen decir. No imaginan que, tal vez, para entonces, ya sea demasiado tarde.