El pasado 28 de abril, la red eléctrica de la Península Ibérica colapsó estrepitosamente. En cuestión de minutos, la generación cayó más de 15 GW, se interrumpieron las interconexiones con Francia y buena parte del sistema fue desconectado por seguridad. 212759
¿La reacción inmediata de ciertos tertulianos y sectores interesados? Culpar a las energías renovables. El nivel de desinformación fue tan grotesco como previsible: una ofensiva mediática que retrata más los intereses de quien la lanza que la realidad del sistema eléctrico.
Culpar al sol es la nueva versión del terraplanismo energético. No, lo diga quien lo diga, las renovables no causaron el apagón. Atribuir el colapso a que el sistema funcionaba con más de un 70% de renovables es como culpar al agua de que un puente se hunda: no es el flujo, es la estructura.
La red eléctrica ibérica sigue diseñada con los principios de hace cincuenta años, pensada para grandes centrales térmicas y nucleares, con rotación física e inercia mecánica. El problema no es la presencia de renovables, sino la ausencia de los elementos necesarios para integrarlas correctamente: almacenamiento, electrónica avanzada y una arquitectura normativa adaptada a su naturaleza.
Si queremos entender cómo pasar del apagón a la vanguardia energética, miremos a Australia, no a una panda de estómagos agradecidos que solo buscan seguir comiendo de la energía nuclear. En 2016, el sur de Australia sufrió un apagón similar. La diferencia fue la respuesta.
El problema no era el sol ni el viento: era el sistema que no sabía gestionarlos
En lugar de culpabilizar a las renovables, se invirtió en soluciones: se instaló la que entonces fue la batería más grande del mundo (Hornsdale Power Reserve), se rediseñaron los sistemas de control de frecuencia y se crearon mercados que premian la flexibilidad. Ocho años después, esa región opera con un 70% de renovables de media anual… y sin cortes. La red es más resiliente, más barata y más moderna. El problema no era el sol ni el viento: era el sistema que no sabía gestionarlos.
La lección de Texas también es muy interesante: con un sistema eléctrico notoriamente independiente y mal conectado, Texas ha enfrentado veranos abrasadores en los últimos años. ¿El recurso que ha evitado los apagones y ha salvado los veranos? Las baterías. En agosto de 2024, con picos de demanda por encima de los 85 GW, fueron los 4 GW de almacenamiento los que evitaron cortes generalizados, respaldando a los 17 GW solares en producción máxima. La energía nuclear, con su rigidez operativa, no juega ningún papel relevante en esos momentos críticos. De nuevo: flexibilidad, no baseload.
La energía nuclear es cara, lenta, rígida e incompatible con un sistema moderno. Los defensores de la energía nuclear insisten en que esta proporciona “estabilidad” al sistema. Pero confunden términos: un reactor nuclear no aporta flexibilidad, sino rigidez. Tarda horas en cambiar de potencia, no puede arrancar en minutos, y su viabilidad económica exige operar al 100% durante la mayor parte del año. En un sistema donde el precio de la electricidad puede volverse negativo por exceso de oferta renovable, esa inflexibilidad es un enorme problema.
Además, los costes son insostenibles. Hinkley Point C, el gran proyecto británico, lleva más de 15 años de construcción y ha triplicado su presupuesto original. Los costes reales del kilovatio nuclear duplican o triplican a los de la solar y eólica, incluso cuando estas últimas incluyen almacenamiento. Y, por si fuera poco, cada reactor nuclear inhibe la entrada de más renovables, al requerir prioridad de despacho para amortizar su inversión. Un sistema que quiera ser renovable y que quiera rentabilizar la ventaja de su gran insolación no puede permitirse ese lastre.
El apagón español, por tanto, es un fallo de gestión, no de tecnología. Fue el resultado de una pérdida repentina de generación renovable y de la desconexión automática de instalaciones que no estaban preparadas para soportar variaciones de frecuencia. ¿Qué faltó? Inercia sintética, control avanzado de frecuencia, almacenamiento que pudiera responder en milisegundos y normas de red que exijan a cada inversor electrónico comportarse como un estabilizador, no como un mero generador.
Quien cobra de una nuclear no debería nunca opinar sobre el futuro
Técnicamente, este es un problema resuelto. Tecnologías como los convertidores grid-forming, las baterías conectadas a red y los sistemas de respuesta rápida ya se utilizan en otros países. ¿Por qué no aquí? Porque las reglas no los premian. Seguimos operando bajo normativas pensadas para térmicas y nucleares. No es culpa del sol, es culpa del regulador.
Es importante entender que entre la maraña de supuestos “expertos” que vimos en los medios esos días, hay algunos que jamás deberían haber estado ahí. Quien cobra de una nuclear no debería nunca opinar sobre el futuro. Muchos de los que han salido a culpar a las renovables tienen un interés directo en mantener las centrales nucleares activas: trabajan para ellas, han hecho carrera en sus juntas o dependen económicamente de su supervivencia.
Es un conflicto de interés de manual. Su visión no es técnica, es comercial. Y su objetivo no es el bien del sistema eléctrico, sino la supervivencia de una tecnología que ya no es competitiva. No deberíamos escucharlos, ni invitarles a tertulias, ni mucho menos dejarles influir en la política energética. Son el pasado, no el futuro.
El futuro es renovable, distribuido, flexible… y mucho más barato. España tiene sol, viento, tecnología y know-how para liderar la transición energética global. Lo único que falta es actualizar las reglas del juego para que ese liderazgo se traduzca en estabilidad, resiliencia y coste bajo para el consumidor. El futuro no se construye con reactores de 10,000 €/kW y quince años de espera, sino con placas solares que se instalan en semanas y baterías que responden en milisegundos.
Quienes culparon a las renovables del apagón no entienden el sistema eléctrico, o peor, no quieren entenderlo. Lo que necesitamos no es más nuclear, sino más sentido común y menos terraplanismo energético.
***Enrique Dans es profesor de Innovación en IE University.