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Alana S. Portero, la bruja de San Blas: "A algunas abejas reina les gustaría echarme del feminismo" 1tu6w
Charlamos con la autora de 'La mala costumbre' en su barrio. En mitad de la entrevista, sobrevendrá un apagón inédito. 3vf5k
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Quien haya conocido San Blas en los 80 no puede olvidar a los jóvenes tirados por los parques, con las venas destruidas por la heroína. Ese opiáceo que los camellos distribuían con diurnidad y alevosía, como los quiosqueros vendían sugus o draculines a los críos. Alana S. Portero (Madrid, 1978) los tiene tatuados en la memoria. Camina por el barrio y se le aparecen, como espectros. "No puedo quitármelos de la cabeza", confiesa en esta conversación que versa en torno a esta plaga, pero también sobre su lucha por afirmar una identidad femenina propia, la escritura poética como trance, la 'ley trans', su proyecto fílmico con los Javis, la polémica de Karla Sofía Gascón y el destino moral de la humanidad.
Aquella generación diezmada es una herida abierta en su conciencia, que supura en La mala costumbre (Seix Barral, 2023), la novela que le ha procurado un éxito arrollador, cifrado en las 20 ediciones que lleva y en su traducción a casi una veintena de lenguas. En el último San Jordi, dice, estuvo siete horas sentada firmando ejemplares sin parar un momento. Lo comenta sin jactancia, a título descriptivo, mientras cruza el parque Quevedo, junto a su viejo instituto, con yonquis desaparecidos hace 40 años prefigurándose en su mente. Vamos hacia el Colegio de Educación Especial Fundación Goyeneche, donde haremos la entrevista.
La Alana que escribió La mala costumbre consolidó su voz literaria en otro libro anterior, de poemas, La habitación de las ahogadas, que publicó en 2017 y que ha decidido rescatar ahora, con el marchamo de calidad de La Bella Varsovia. Ella lo tiene claro: "Sin él, no existiría La mala costumbre". Con sus versos escritos en trance, como emitía sus profecías la Pitia de Delfos, reclama pertenecer a una genealogía de poetas que cantaron y vindicaron lo femenino (Safo, Erina, Adrienne Rich, Sylvia Plath…) y se muestra al mundo tal cual es, autoafirmando una identidad rebelde que tantas veces se le negó y se le afeó. Una identidad que se le manifestó con solo 5 años, asomada, precisamente, a un adolescente recién fallecido por un aguijonazo de jaco. Ya intuía entonces que el impulso inocente de besarlo le traería mucho sufrimiento.
Pregunta. Qué potente esa escena del arranque de la novela…
Respuesta. Sí. Es que me daba mucha rabia que la vida en los barrios en los 80 siempre se contase con las herramientas del hiperrealismo. Yo quería aproximarme ahí con la poesía, darle un marco diferente, hermoso, porque se puede contar igual, sin ahorrarte un gramo de crudeza. ¿Por qué no convertir a un pobre muchacho que ha muerto por una sobredosis en un ángel? Aquellas vidas también tienen derecho a la poesía.
P. ¿Qué siente todavía al recordar estampas así, trágicamente protagonizadas por aquella generación arrasada?
R. Mucha pena. De las fotos de los colegios del barrio en aquella época falta mucha gente, jóvenes que no se hicieron mayores. Eso solo se puede recordar con tristeza, porque además no había ninguna diferencia entre esos chicos y yo. Ellos cayeron en las drogas y murieron al igual que podía haberlo hecho yo también. No es que sus padres les quisieran menos ni que sus circunstancias fuesen distintas. Era una cuestión de pura suerte.
P. ¿A quién culpa de aquella criba macabra?
R. Había un interés en que eso fuera así. Empezó en el País Vasco, funcionó y se exportó a lugares que eran políticamente muy activos. Si yo, con 6 o 7 años, sabía quién vendía la droga, entiendo que la policía también. Veía los intercambios delante de mi puerta, pero nadie actuaba. Es absurdo pensar que surgió por generación espontánea o por una oportunidad de negocio para las mafias. El activismo político quedó destruido.
"A fines de los 80, cuando la heroína llegó a los barrios pudientes, desapareció como por arte de magia. Había una motivación política bastante calculada"
P. Hay ensayos dedicados al tema que desmienten esa teoría y alguno le podrá decir que la heroína también se extendió a los barrios pudientes. Ahí está Antonio Vega, que era de la Piovera.
R. Cuando la heroína empezó a llegar ahí fue cuando se desactivó, en el momento en que empezaron a morir los buenos chicos. A finales de los 80, de repente, desapareció de las calles, como por arte de magia. Yo lo veo bastante claro: este detalle completa la narrativa de una motivación política bastante calculada.
P. ¿Y cómo ve el barrio hoy?
R. Físicamente no ha cambiado tanto, pero hay mucha menos gente en la calle y ha bajado el nivel de ruido. Es un barrio más silencioso y menos vivo.
P. ¿La solidaridad vecinal de entonces está en vías de extinción?
R. Se ha perdido por completo. Solo la mantiene la gente muy mayor, los vecinos de toda la vida. Siguen hablando entre ellos y se echan una mano. San Blas, como todos los barrios populares de Madrid, tenía un movimiento vecinal muy fuerte a finales de los 70 y principios de los 80. Ahora se intenta mantener ese tejido, pero no tiene nada que ver: la gente vive mucho más dentro de su casa que fuera.

Alana S. Fernández
P. Eso también tiene un aspecto positivo: se mete menos en la vida de los demás, algo que usted ha sufrido particularmente.
R. Claro, te ahorra estar en el centro de la conversación, y no de la mejor manera. Pero no compensa. Es mucho más importante que los lazos entre vecinos se mantengan fuertes que la incomodidad causada a una persona, porque, en general, la gente con sus comentarios no intentaba hacer daño. Es una pérdida.
P. Mirar a los 80 parece que tiene mucho tirón. ¿Qué hay detrás de ese impulso de volver ahí, de revisar aquello, sobre todo por parte de nuestra generación?
R. Que ya hemos dejado de ser jóvenes. Es normal entonces buscar a tientas tu infancia y tu juventud. Es el momento de buscar lo que has perdido y reimaginar ese pasado cuando no tuviste la oportunidad de desarrollarte en él en plenitud. Y, luego, aquellos 80 fueron una década interesantísima en lo estético y lo político. El mundo dio un vuelco, aquí en Madrid en particular.
P. ¿Y cómo lleva lo de dejar de ser joven?
R. No me molesta envejecer, lo que me molestaría es no llegar a vieja [Sonríe].
P. La habitación de las ahogadas lo publicó en 2017. ¿Qué le ha empujado a volver sobre él?
R. Fue el primer libro que, cuando lo terminé, me sentí orgullosa, por eso me daba mucha pena que se hubiera perdido. Es el libro donde encontré mi voz. Sin él no existiría La mala costumbre. Me dio mucha seguridad. Es la semilla. Supe que estaba lista para escribir más y mejor. Me daba pena que no tuviera una nueva vida, editado en condiciones.
P. En una ocasión dijo que era consciente de que era un libro con excesos culturalistas y que quizá habría que pulirlo para no parecer una drag Gamoneda [Ríe]. ¿Lo ha pulido mucho?
R. No, solo los excesos justos, porque, sí, es un libro excesivo, pero tiene que seguir siéndolo. Elena Medel y yo lo hemos vestido de otra manera, aunque no había nada de lo que me arrepintiese o que me pareciese débil o que no resuene conmigo. Es un libro en el que estoy muy presente, en el que soy yo misma y se nota mucho.
P. Un verso afirma que su nombre está escrito en las olas.
R. Que son eternas, aunque van y vienen. El mar me pone muy mística. Creo que, cuando te bañas en él, dejas cosas atrás y sales de otra manera.

Alana S. Portero en el barrio de San Blas
P. ¿Como si le purificase?
R. Sí, siempre tiene algo de bautismo y purificación. Yo el mar lo leí antes de verlo, sobre todo en la mitología. Se construyó en mi cabeza con un carácter épico y poético. La primera vez que lo vi fue como asomarme a un lugar mágico que existía solo en mi imaginación, por el que iban ejércitos a la guerra por una mujer. Era el mar Mediterráneo, además, el sitio donde esto ocurrió.
P. ¿Fue en una de esas vacaciones de familia humilde madrileña con el coche cargado hasta los topes rumbo a levante?
R. Tal cual: en Villajoyosa, al lado de Benidorm, porque unos tíos tenían allí un pisito. Nos metíamos veinte personas.
P. Alana es un nombre de origen celta, creo, con significados como 'belleza', 'armonía', 'roca'… Cabe pensar que una historiadora y escritora como usted lo elegiría con mucha intención.
R. Pues le voy a decepcionar porque en realidad lo elegí por Lana Wachowski, cuya obra cinematográfica es importante para mí. En ella se ve muy bien quién es y cómo decide tomar las riendas de su vida, cambiar y mostrarse tal cual es. Las personas más cercanas me llaman Lana, pero, por no quedarme con un diminutivo, escogí Alana por Alannah Myles, la cantante de los 80, que también me flipaba.
P. "Antro", el título de la tercera parte de La habitación de las ahogadas, remite a su propio cuerpo, con el que sentía la necesidad de firmar un armisticio. ¿Le ayudó el libro a conseguirlo?
R. Yo no estaré en paz con mi cuerpo nunca, es algo que he asumido, pero no me quiero atascar ahí. Las herramientas literarias son un privilegio: una hace lo que puede con lo que tiene. A diferencia de La mala costumbre, que está lleno de esperanza, La habitación de las ahogadas es lo contrario: va oscureciéndose. El antro tiene que ver con los límites del cuerpo y la imposibilidad de atravesar ciertas paredes, pero también con la posibilidad de golpearlas. Así me siento muchas veces cuando escribo: rebelándome contra la oscuridad. De hecho, el final es: "Hijo de perra, sigo aquí".
"La página de la Guerra Civil no hay que pasarla, hay que leerla; convivir con nuestra historia por oscura y sangrienta que sea. De ahí venimos"
P. Ahora está escribiendo una novela ambientada en la Guerra Civil, ¿no?
R. Sí, porque no creo en la obsesión esa de librarnos de ella. No hay que pasar la página, hay que leerla; convivir con nuestra historia, por oscura y sangrienta que sea. De ahí venimos, es una marca en la piel de este país.
P. ¿Y en qué se centra?
R. En el asesinato de 17 mujeres en el pueblo sevillano de Guillena. Quería escribir sobre ello, pero una novela de brujas. Me pregunto si fue por eso por lo que las perseguían. Siempre quise lanzarme con una novela gótica y creo que he encontrado el tema y el lugar para traerla a nuestra cultura y a nuestras heridas.
P. Y ha escrito el guion de una nueva versión Mi querida señorita para los Javis. ¿Qué diálogo plantea con el original?
R. En el original no sabes bien qué le pasa al personaje. La idea era arrojar luz ahí. Es una versión bastante libre, casi una reinvención. La película es maravillosa y hacer un remake era una tontería, porque no lo íbamos a hacer mejor que Armiñán. La protagonista tiene otra edad y está ambientada a finales de los 90 y principios de los dos miles.
P. ¿Y de su buena onda con Almodóvar no aflora ningún proyecto conjunto?
R. Pues ojalá. ¡¿Quién no quiere trabajar con él?! Pero, mire, una de las alegrías de mi vida ha sido ser amiga de Pedro. Le quiero muchísimo y es obvio que en lo que yo hago está muy presente. Con su amistad ya me vale.
"La 'ley trans' es histórica, justa y, objetivamente, no hace daño a nadie. Aunque no puedo obligar a una mujer a que me vea como no me quiere ver"
P. La tramitación de la 'ley trans' ha generado una división en el feminismo. ¿Ha llegado a sentirse expulsada de él?
R. Nadie tiene potestad para expulsarme a mí del feminismo porque eso implicaría que este es un movimiento jerárquico en el que hay abejas reina que te pueden echar. Es lo que le gustaría a algunas, pero el feminismo es una práctica emancipatoria de toda la humanidad. Es doloroso, sí, cuando hay otras personas que te consideran una extraña y creen que no deberías habitar los mismos espacios que ellas, y para eso crean a tu alrededor una mitología del peligro de las mujeres trans. Para mí sigue siendo mi pelea, mi alegría y mi manera de ar con otras mujeres.
P. ¿Qué le parece a usted esa ley?
R. Que se queda incluso corta, porque no hay un reconocimiento real de las personas no binarias. Tiene cuestiones mejorables, pero, bueno, es una ley estupenda, histórica y justa, que, objetivamente, no hace daño a nadie. No reduce los derechos de nadie. Habrá aspectos discutibles, eso por supuesto, porque todo es discutible, y tampoco se puede obligar a una mujer a que me vea como no me quiere ver. Me da pena pero está en su derecho. Eso sí, mis derechos tampoco son negociables.
P. ¿Y cómo vivió toda la polémica en torno a Karla Sofía Gascón? ¿Cuánto la marcó su condición trans?
R. Sus tuits son abyectos, no tienen disculpa posible, pero eso no significa que no tenga derecho a decir que se ha equivocado. Y por supuesto tuvo mucho que ver en la polémica que es una mujer trans mayor que ha transicionado públicamente tarde. Eso ha dado pie a la burla y a poner el foco de forma peor que sobre otras personas.
"Los tuits de Karla Sofía Gascón son abyectos, no tienen disculpa posible, pero eso no significa que no tenga derecho a decir que se ha equivocado"
P. Es un caso interesante, porque el péndulo ha pasado muy rápido de la cancelación a la mitificación.
R. Sí, increíble la aceleración del caso. También eso es una frivolidad, lo de empezar a vindicarla. Tampoco hace falta. Tratémosla como a un ser humano, porque tanto glorificar como hacer de alguien un villano es un proceso de deshumanización. Es lo que ha pasado con ella.
P. La generación Z, parece, está abrazando la bisexualidad como manera natural de estar en el mundo, algo que se da más entre mujeres. ¿Qué reflexiones le genera este fenómeno?
R. Ahora hay más oportunidades de decir quién eres, porque hay más referentes y más marcos legales que lo permiten, aunque estemos retrocediendo. Y porque hay un nivel de aceptación más importante para mostrar quién eres, qué te gusta y cómo entiendes la vida. Esto recuerda a cuando creció el número de zurdos. Pues, claro, porque se dejó a los niños escribir con la izquierda. Es igual.
P. Hablaba de la esperanza que hay en La mala costumbre. Es alentador saber que todos aquellos que han infligido violencia o sufrimiento a sus congéneres lo acabarán pagando, ¿no? Que la culpa les va a alcanzar, que no hay impunidad.
R. Nadie que perpetra violencia puede estar en paz, o le llega un momento en que deja de estarlo. No hay nada oscuro que no te acabe salpicando. Ser humano implica tener remordimientos y estos pueden ser terroríficos, pueden hacerte la vida inhabitable. Pero yo no quiero eso para los abusones o los acosadores. Yo quiero que reparen el daño.
P. Según esta lógica, el mundo no puede sino ir a mejor.
R. Es que si no pensara eso, me enterraría viva. Y creo que es así. Aunque la humanidad ha perfeccionado las herramientas para hacer daño, tiende a ser mejor.