En el marco del Festival Madrid en Danza, que en su edición actual ha apostado por el riesgo, la experimentación y la amplitud conceptual del arte coreográfico, se ha presentado Roll, una propuesta de Marta Izquierdo que, si bien abraza con convicción el discurso político contemporáneo —diversidad, feminismo y avance—, deja en entredicho una pregunta fundamental cuando de danza se trata: ¿dónde está la coreografía?, ¿dónde la pulsión que convierte el cuerpo en fraseo, el movimiento en partitura visual, el escenario en diálogo físico y poético?
Inspirada por el universo del roller derby —ese deporte híbrido y de o donde mujeres en patines combaten con una mezcla de violencia y sororidad—, Roll se presenta como un homenaje performativo a una práctica que, más que deporte, se ha convertido en espacio de lucha, reivindicación e identidad.
Desde su génesis, la obra se construye como un espejo que devuelve la imagen de una juventud contestataria en la posfranquista Movida madrileña, cruzada ahora con el resurgir pospandémico del patinaje como símbolo de libertad colectiva.
Sobre el papel, todo parece sugerente. La premisa es potente y abre un campo fértil para la metáfora: cuerpos que se deslizan, que chocan, que compiten, que se afirman; figuras que ruedan y se tambalean, tan efímeras como resistentes.
Sin embargo, sobre el escenario, ese potencial se diluye en una concatenación de imágenes a menudo más cercanas a la instalación escénica o al teatro físico que a una verdadera dramaturgia del movimiento.
Cinco performers y una actriz ocupan el espacio, lo recorren sobre sus patines en trayectorias circulares, se miran, gritan, interpretan roles —la guerrera, la protectora, la disidente— y se entregan a una serie de acciones que coquetean con lo lúdico y lo ritual. Hay energía, sin duda. Hay discurso. Hay intención. Pero lo que no hay, o hay en forma demasiado difusa, es danza. O mejor dicho: no hay coreografía en el sentido profundo del término, entendido no como el ejercicio de pasos o la demostración de técnica, sino como la construcción de un lenguaje físico estructurado, que nos hable desde y a través del cuerpo.
Roll parece confiar en que la simple presencia de cuerpos diversos, politizados y sobre ruedas ya constituye una declaración artística suficiente. Y aunque su planteamiento conceptual es valioso —más aún en un tiempo en el que las artes escénicas deben necesariamente reflejar las tensiones del presente—, la danza no puede reducirse a la manifestación de una idea ni a la exposición de un símbolo. La danza exige forma. La danza —incluso la más radical— necesita estructura, musicalidad, riesgo físico, invención formal. No basta con deslizarse para coreografiar.
Resulta paradójico que en una obra que invoca la libertad del movimiento y la fuerza de lo colectivo se eche en falta la cohesión del grupo, la escritura en el espacio, la tensión rítmica que toda coreografía (por deconstruida que sea) debe contener.
Las acciones se suceden sin un verdadero crescendo. No hay frases coreográficas reconocibles, ni construcción temática, ni desarrollo formal que sostenga los cincuenta minutos de propuesta. Se diría que Roll flota en una deriva de buenas intenciones sin alcanzar nunca una resolución escénica contundente.
Un momento de 'Roll', espectáculo de Marta Izquierdo. Foto. Laurent Philippe
Es importante subrayar que esta crítica no pretende menospreciar el discurso que la obra enarbola. La visibilidad de cuerpos no normativos, el uso del escenario como trinchera política, la creación de espacios para otras voces son actos necesarios y bienvenidos. Mas también es necesario exigir que la danza, como arte específico, no sea desplazada por la narrativa, por el gesto simbólico o por el discurso ideológico.
El compromiso político no debe ser coartada para la ausencia de excelencia artística. La innovación es celebrada, siempre que esté sustentada por la calidad.
Tampoco se trata de pedir virtuosismo técnico en el sentido clásico. No hacen falta piruetas ni fouettés para conmover. Pero sí se espera una exploración del lenguaje del cuerpo que no se quede en la superficie. Y en Roll, pese a algunos momentos de innegable belleza visual, la obra no termina de articular un discurso coreográfico sólido.
Marta Izquierdo tiene ideas potentes, y su biografía artística la avala como creadora arriesgada. Pero esta vez, la forma no ha estado a la altura del fondo. Quizá el material exigía más tiempo de maduración, más diálogo entre lo teatral y lo dancístico, más atención a los silencios del cuerpo entre las palabras.
En un festival como Madrid en Danza, que durante años ha sido referente de calidad y vanguardia, es legítimo preguntarse si cualquier propuesta escénica con cuerpos en movimiento puede ser incluida sin mayor exigencia bajo el paraguas de “danza contemporánea”. La respuesta, por respeto al propio arte coreográfico, debería ser no.
Roll no es una mala pieza. Es un manifiesto con patines. Es una performance con carga simbólica. Es un canto a la resistencia y al goce. Pero no es —o no es del todo— una obra de danza. Y quizás sea hora de recuperar el rigor con el que nombramos lo que vemos sobre el escenario. Porque nombrar también es una forma de cuidar.
Roll 1zm5m
Teatros del Canal. 15 de mayo
Concepción y coreografía: Marta Izquierdo Muñoz
Asistente de coreografía: Éric Martin
Intérpretes: Amandine Ételage alias Mandy’Bull, Éric Martin alias Dirty Bambi, Barbara Papamiltiadou alias Barbara Stressante, Marta Izquierdo Muñoz alias Kitsch Bitch, Agathe Deguines alias Fresh Meat y Julie de Pachtere alias Trash Panda
Creación sonora: Benoist Bouvot
Regidora de sonido: Géraldine Belin
Luces: Anthony Merlaud
Vestuario: Élise Le Du
Asesoramiento dramatúrgico: Youness Anzane